La soledad es para presencia.
En la soledad, nuestro más profundo centro resulta ser un lugar santo donde Dios habita.
Allí, en la intimidad, Él conversa con nosotros,
en el amor.
No hay necesidad de temer la soledad --
en la soledad nos encontramos, nos completamos.
No hay aislamiento, ni agotamiento.
La soledad nos hace enfrentar la realidad de nuestro ser y la razón de nuestra existencia.
En la soledad, podemos realmente empezar a saber quienes somos,
y nos encontramos como Dios ha destinado que seamos.
Para muchas almas no definidas,
la soledad puede ser solitaria, absurda o hasta mortal.
Sin embargo, con renovada fe, esperanza y amor,
aprendemos a tener piedad de nuestra pequeñez
y poner nuestras vidas en manos de Dios.
Debemos aprender a cultivar lo bueno dentro de uno mismo --
tomando momentos para soledad
a fin de estar en comunión con Dios.