"... El Señor está siempre dispuesto a darnos amor,
vamos a optar por recibirle con corazones abiertos, y expansivos..." (San Agustín)
La llama que arde dentro de cada uno de nosotros --
existe desde el principio, ya que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios.
Lo que hacemos nosotros con esta llama, y cómo mantenemos esa llama ardiente
depende de las decisiones que tomamos al vivir nuestras vidas en esta tierra (peregrinación terrena).
Si pudiéramos vernos a nosotros mismos con los ojos de nuestro Creador (que es toda bondad) nos esforzaríamos desde el principio, a hacer el bien y caminar en la caridad a nuestro prójimo (todos con los que nos reunimos, vivimos y trabajamos).
De esta manera, la llama que ha sido 'depositada' en nuestras almas / nuestros corazones, crecería - por la continuación de la gracia de Dios -- que nos sostiene en nuestro caminar de fe.
La llama del amor mas pequeño, al ser "avivada" por la gracia del amor infinito de Dios, crece más grande (abarcando a todos) cuanto más amamos en la bondad de Dios, y cuanto más amor - a través de la gracia de Dios. La llama ardiente sigue creciendo hasta que se consume (es consumada) por el Amor que ha creado todo.