Mil gracias te damos Señor
por habernos entregado – a los pies de la Cruz
(a) tan amable y dulce presencia
(en) la de Tu Virgen Madre, Maria.
En ella depositas Tu gran Misericordia y Amor,
Consuelo y Esperanza
para con todos nosotros los hombres/la humanidad entera.
La dulce e inigualable presencia de Maria
nos motiva e inspira a seguir buscándote en todos
y en todo lo bueno que hemos recibido
(y seguimos recibiendo)
hasta los fines del mundo.
El sólo pronunciar su dulce nombre
con fe y devoción – Maria
nos permite recibir dulzura en consuelo, amor profundo, alegría constante, confianza firme y fortaleza perdurable –
que se vive, en el alma y en el corazón.
Aunque pronunciemos u oigamos el nombre de Maria mas de un mil veces,
tiene la gracia – como el nombre de Jesús –
de pronunciarse o escucharse como algo siempre nuevo y hermoso
en una dulce suavidad espiritual.
Como decía el enamorado San Bernardo:
“Oh excelsa Maria, digna de toda alabanza,
no se te puede nombrar con devoción
sin que aumente el amor del corazón.
Ni se puede pensar con fe en ti
sin sentirse consolado, enfervorizado y deseoso de amarte más y más.”
La presencia de nuestra buena Madre Celestial
nos va infundiendo la esperanza del perdón
y así recobramos y conservamos la gracia de Dios.
“Oh Maria, Madre mia
Oh Consuelo del mortal
amparadme y guiadme
a la patria celestial.”