¡Cuánto mas ha de sufrir nuestro amado Jesús, al ver (y sentir) el rechazo de sus criaturas – creadas a Su imagen y semejanza!
En decidido momento se nos permite la gracia de entender que el dolor es en verdad algo ‘dulce y suave’ cuando se vive y ofrece con corazón sincero, puro y apasionado en Dios. Entonces, vamos entrando en lo que viene siendo la única Verdad de nuestro existir: creados para amar a Dios sobre todas las cosas.
Al profundizar en el dolor, aceptándolo todo como gracia y don de la Mano Divina, se nos brinda la oportunidad de penetrar en los secretos más íntimos de Su Ser. Estos momentos de gracia sirven solamente como 'una pequeña luz' o luceritos que nos señala(n) y abrillanta(n) el camino a (o por donde) seguir.
Entre más nos unimos al Crucificado, más ahondaremos la necesidad de cumplir con cualquier penitencia que nos fuere impuesta, para así (con la ayuda del Espíritu Santo) llegar a abrazar a toda la humanidad en un simple suspiro de entrega total y absoluta.
Oración: O Señor, Permítenos entregarnos fielmente al momento de dolor como Tu propia Madre (la Virgen Maria) lo vivió tan intensamente en su caminar terreno y a los pies de Tu Cruz, y que (por decir) lo sigue viviendo en el sufrir de sus hijos (nosotros los seres humanos). Refuérzanos con el divino manjar de Tu propio cuerpo y sangre en la Sagrada Eucaristía, para que así - unidos en Ti, logremos cumplir con el apostolado propio que nos tuvieres encargado en nuestro camino terrenal y hasta el fin de nuestros días. Amén.