meditando sobre 2 Cor 5 (Dejarnos reconciliar con Dios)
La paz nace de la presencia de alguien que nos ama: Cristo resucitado.
Él ha atravesado la violencia, el odio, la muerte, y después de este paso, nos dice:
“La paz sea con ustedes”
Pidámosle a Dios nos llene de paz al penetrar nuestros corazones (de piedra) con el Amor (infinito) que nos ofrece en Jesús. Así, al dejarnos llenar en nuestros corazones (limitados en su humanidad) con el Amor infinito en Dios, el Amor se derrama hacia todos los demás, y de esta manera logramos cumplir sincera y fielmente con el segundo mandamiento de la ley de Dios (de amar al prójimo como Dios manda y más aun que a nosotros mismos).
Para poder lograr la paz en nuestros corazones, debemos arrepentirnos sincera y humildemente de todo lo que no es bondad y caridad para con todos. Así, Dios nos liberará de los momentos y movimientos que sólo producían celos, envidia y que van ‘en contra’ de lo que significa verdaderamente Amor.
Esto es una batalla constante en este vivir, pero no imposible de vencer o ganar cuando le pedimos al Señor nos cuide y nos guíe día a día. (Con Dios nada es imposible...) Se lo pedimos en la oración, que debe ser sin cesar.
Todo en nuestra vida lo acomoda la voluntad divina y así, con la gracia de Dios, somos purificados y energizados para poder emprender el paso hacia adelante en nuestra misión y cumplir con lo que Dios manda.
La reconciliación también debe ser constante. El arrepentimiento por no cumplir con la tarea que se nos encarga de vivir y hacer el bien dentro del plan divino, debe ser de todos los días y en todo momento, conscientes de que vivimos en la presencia constante de Dios. Así, Dios nos ayuda, en Su gracia, a seguir ordenando nuestras vidas de acuerdo a Su divino plan.
Todo esto y mucho más se nos indica en las Sagradas Escrituras y en la vida de la Iglesia. Tenemos por decir, 'los medios' (observando de cerca la vida de Jesus...) para llegar a nuestra meta final. Pero hay que saber como entrar en ellos (pidiéndoselo al Padre en oración) para dejarnos guiar mansos por la mano de Dios. Para esto, hay que entregarnos a Dios Padre, completa y absolutamente. De esta manera, en Él (La Divina Providencia) se cumple todo en nuestras vidas debida y ordenadamente - y se vive en paz.